El poder eclesiástico y su influencia entre los feligreses fue lo que podía diferenciar a los vecinos de derechas de los de izquierdas. En San Sebastián de los Reyes la llegada del Frente Popular dio alas a las manifestaciones antirreligiosas. Así, la celebración de la Semana Santa de 1936 fue alterada por los elementos más extremistas de la izquierda, que pretendieron evitar la ocupación del espacio público por parte de los vecinos católicos, provocando altercados entre unos y otros. A partir del golpe militar del 18 de julio el culto en la iglesia quedó totalmente suspendido. El cura párroco, Ramón Esteban Jorro, ante una situación tan delicada decidió renunciar a sus poderes eclesiásticos y se desvinculó del templo. Lo primero que hizo fue entregar las llaves de la iglesia parroquial como señal de su pérdida de poder. Como afirmaba Facundo Navacerrada Perdiguero , el presidente de la UGT: “Las llaves de la iglesia el cura se las había entregado a las Juventudes Socialistas Unificadas”.

Una vez entregadas las llaves, el templo quedaba en manos de quienes controlaban la situación del pueblo: los dirigentes de la izquierda local. El párroco, sin legitimidad real para oficiar, se había convertido en una persona señalada, ya que los religiosos fueron especialmente perseguidos durante el verano de 1936 en la retaguardia republicana. La mejor opción que tuvo fue la de esconderse entre el vecindario, como recordaba el propio Facundo Navacerrada: “Evitó que se llevaran al cura Esteban Jorro las milicias metiéndole en casa de Antolín Montes (…). Pero más tarde las milicias lo encontraron y se lo llevaron”.

En efecto, desde el 22 de julio el cura párroco estaba escondido en casa de Antolín Montes. Según Julián Navacerrada Salinas , yerno de Antolín: “Se albergaba desde hacía un mes y medio el cura, el cual fue detenido por unas milicias que no conocía y fueron a buscarle en la noche del 31 de agosto de 1936, y que más tarde le asesinaron en los llanos de Valverde (…). Que en la noche del 31 de agosto, llamaron en la puerta sin decirle a lo que iban, que una vez abierta la puerta, le encañonaron (…). El que declara quedó a la puerta con las milicias, subió a avisar al cura su cuñado Tomás Montes, le cogieron las milicias al cura que acababa de bajar, se lo llevaron en un coche. Y a la mañana siguiente apareció muerto. Todo el mundo sabe en el pueblo que el cura estaba alojado en casa de su suegro porque las autoridades rojas le vigilaban y visitaban con alguna frecuencia para cerciorarse de si seguía o no el preso”.

El informe franquista realizado en 1939 por parte de las nuevas autoridades municipales informaba de la destrucción de la iglesia parroquial del pueblo: “En agosto de 1936 se realizó el saqueo del interior de la iglesia, destrozando altares, imágenes, pinturas, distribuyéndose las ropas y algunos efectos de la misma entre los asaltantes”. Era una información poco precisa y muy general, sin concretar actos ni nombres asociados. Los sumarios de los consejos de guerra de los republicanos fueron más explícitos respecto a este episodio, lo que permite reconstruir algo más de lo explicado por los franquistas.

Todo parece indicar que fue más complejo que un simple acto de saqueo. En primer lugar, las autoridades municipales, una vez iniciado el golpe militar, procuraron salvar el tesoro religioso de la iglesia. Así lo aseveró el alcalde Benito Rodríguez Cascajero: “Es cierto que siendo alcalde ordenó la protección de las imágenes para meterlas en una habitación tapiada para evitar que las destruyeran, por ser contrario a tales procedimientos”5. Esta declaración es importante porque demuestra que el alcalde republicano fue el promotor de la protección de las imágenes religiosas. Por otra parte, sabiendo del peligro de la situación confusa que vivía el pueblo en los meses del verano de 1936, las protegió ocultándolas, porque era contrario a actos iconoclastas que tanto proliferaron por esas fechas en toda la retaguardia republicana. Por lo tanto, no todos los republicanos fueron saqueadores de iglesias, tal y cómo se presentó a la iconoclasia “roja” en la propaganda franquista.

En el mismo sentido que el alcalde, Evaristo Frutos García afirmaba “que el declarante, en unión del alcalde y empleados municipales, trató de evitar la destrucción de las imágenes y recogió bastantes de ellas poniéndolas en seguridad”. En 1939, varios testigos proclives al franquismo declararon lo mismo que Julián Montes Oria, que decía en su declaración: “El alcalde, en esos momentos Benito Rodríguez, le obligó a recoger las imágenes de la iglesia para meterlas en una habitación y tapiarla, según la expresión de dicho alcalde”. Otro testigo, Pilar Barranco Martínez , comentaba “que entre ella y varias jóvenes de derechas de este pueblo acordaron guardar las imágenes de la iglesia en el mismo edificio por medio de un tabique…”.

Pero este escondite fue descubierto más tarde y, a pesar de la opinión del alcalde respecto a la destrucción de las imágenes, altares y objetos de culto, no se pudo evitar su eliminación, al menos parcialmente. Según las declaraciones de la testigo anterior , Pilar Barranco Martínez, se sabe cómo acabaron dichos objetos “… y al poco tiempo se veían por las calles las imágenes destruidas, haciendo una hoguera con ellas”. No se sabe quiénes fueron los autores materiales de esta quema, pero todo indica que no eran del pueblo. Según Manuel Vaquero de las Heras: “La iglesia fue destruida por milicias forasteras”, información bastante extendida y que parecen compartir todos los vecinos de la localidad.

Por otra parte, las necesidades urgentes de la guerra obligaron al ejército republicano a solicitar la entrega de las campanas de las iglesias para ser fundidas y reutilizarlas como material militar, como así ocurrió en esta localidad cuando el 29 de septiembre de 1936 el comité entregaba al jefe militar de las fuerzas militares ubicadas en Buitrago de Lozoya las cuatro campanas de su iglesia.

 
 

Fuente: Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (ARCM), Sección: Archivo Municipal de San Sebastián de los Reyes (AMSSR). Carta remitida por el comité local al Jefe Militar republicano respecto a la entrega de las cuatro campanas de la iglesia.

Después de estos episodios la iglesia quedó desnuda, sin uso religioso por falta de objetos para el culto. Sin su centro más importante, así como sin la ermita del cementerio, el culto católico desapareció oficialmente de la vida cotidiana del pueblo. La iglesia parroquial, es decir, el edificio, dejó de existir como tal y las autoridades municipales la utilizaron para otros menesteres que consideraron más útiles. Se sabe de sus nuevos usos por declaraciones como las de Paulino Perdiguero Marcos, quien decía “que se enteró de la destrucción de la iglesia cuando fueron a meter patatas de la recolección”. Durante un tiempo fue almacén de abastecimiento, como decía Apolonia Pereira Rivero “que recogía las patatas a la iglesia”. Pero también fue aparcamiento de vehículos, como lo confirmó Ángel Gómez Colmenar “que dejaba el coche de las JSU en la iglesia”.

Los restos de la destrucción de imágenes y objetos de culto fueron reutilizados por algunas vecinas. La sacralidad de su origen y uso había dejado de tener legitimidad y se había convertido en objeto profano. En 1939 algunas vecinas fueron denunciadas por ello, como Margarita López García, que ocupó con su marido, Facundo Navacerrada, la casa del cura. Como ella misma comentó: “En una de las habitaciones de la casa tenían depositados las ropas y efectos de la iglesia y de particulares que habían metido por orden de las sindicales” y reconoce que “con un trozo del manto de la Virgen hizo un ropón para su hijo y un zurrón para el espigueo”.

La vecina María Rivero Monasterio, afiliada a las JSU del pueblo, comentaba al respecto: “No me llevé ninguna alfombra de la iglesia sino que éstas estaban ya recogidas por el comité y las cogieron para adornar un teatro en que se daban funciones”.

Más tarde, en 1937, la Junta de Incautación del Tesoro Nacional le pidió al alcalde Manuel Mateo López su autorización para recuperar los restos que quedaban de la destrucción de la iglesia. Se recogieron y fueron protegidos en Madrid. Se tiene el testimonio de Guillermo Perdiguero López al decir que: “En nombre del alcalde Manuel Mateo estuve en la comisión de entrega de los objetos de culto”. Dichos objetos fueron recuperados en 1939 por el nuevo párroco.

 
 

Fuente: ARCM, Sección: AMSSR. Carta firmada por el alcalde Benito Rodríguez Cascajero, donde certifica los bienes de la iglesia entregados al ayuntamiento para su custodia, a 7 de agosto de 1936.